1.

Aspiramos a la transformación social a través de lo local.

¿Qué Buscamos? Cambiar los modos de producción al redefinir el espacio social.

Diagnóstico y contexto

La industria, principal motor de transformación de nuestra era, ha modificado también la estructura de la familia y esta alteración ha provocado un sentido de pérdida del mundo

La humanidad se ha desvinculado de su entorno, especialmente con la tierra y su cuidado y aunque hoy es difícil imaginar la subsistencia sin industria, el desafío es que su funcionamiento no implique desigualdad ni deterioro social, ambiental o económico. La vía para lograrlo está en el componente social: somos los seres humanos quienes, con conciencia, podemos decidir y actuar.

Establecer principios sobre qué producir, en dónde y para que hacerlo así como quién habita en donde se produce son acciones fundamentales.

El devenir social ha estado marcado por los lugares que se han designado a la explotación de la naturaleza, la industria, los centros financieros, culturales o comerciales. Así, la sociedad ha sido polarizada física e intelectualmente, además de estereotipada por su raza, origen o color de piel al punto de volver inalcanzable la movilidad social. 

En México, este problema tiene raíces históricas. Surge del conflicto entre una cultura dominante y una dominada, forzadas a convivir bajo un sistema de poder que se ha sostenido durante más de 500 años.

Uno de los resultados más visibles de esta condición es la dificultosa posibilidad de subsistencia digna de los pueblos originarios y las poblaciones rurales que ha convertido en migrantes locales a millones de seres humanos.

Este es un problema nacional que deteriora la calidad de vida de muchas personas. La intensidad migratoria de México supera ampliamente a la del planeta en su conjunto. En 2020, la proporción de migrantes internos en el país, 17.4%, fue casi seis puntos porcentuales más que la contraparte mundial. 

Hoy quien es obrero permanece obrero toda la vida, muchas veces implicando dejar el lugar de origen para estar en la urbe, más lejos de su cultura, familia, naturaleza y más cerca de la degradación de la vida en todos sus sentidos. El trabajador sede su persona y su contexto en favor de producir, lo que provoca no sólo problemas sociales si no también problemas demográficos. 

Creemos que la belleza solo puede ser constituida por medio de procesos empáticos en donde la explotación y el abuso no existan.

Nuestras acciones.

I. Contribuimos a un nuevo concepto de localidad mediante un replanteamiento del espacio social y productivo.

Si cada sociedad produce un espacio, el suyo, como señala Henri Lefebvre, nosotros estamos construyendo el nuestro. En la medida en que ese espacio continúe consolidándose y generando efectos positivos —incluso inspirando a otros talleres o fábricas— podremos afirmar que nuestra aportación a un nuevo modelo de espacio social ha comenzado.

Este espacio surge del diálogo entre ciudad y localidad, habilitado por la descentralización y el regreso de los medios de producción a territorios más amplios. Cuando nuestro taller en la Ciudad de México era el único, implicaba que muchos colaboradores tuvieran que dejar su comunidad y familia para vivir en condiciones poco favorables en la ciudad.

Frente a esto, decidimos actuar. Hoy trabajamos para que las personas puedan recuperar el control de su vida y su tiempo, sin tener que sacrificar su entorno por el trabajo. Nos corresponde imaginar soluciones desde nuestras posibilidades, avanzar colectivamente y reconocernos como iguales.

Nuestro taller se ha expandido hacia las localidades de origen de nuestros colaboradores. La incorporación de tecnología en sitio ha hecho posible que puedan vivir y trabajar en su comunidad. Esta acción transforma tanto la vida individual como la relación entre ciudad y localidad, acercándonos a una producción más local y más humana.

II. Contribuimos al progreso social mejorando las condiciones laborales y, con ello, la calidad de vida.

La cuestión urbana está estrechamente ligada a la cuestión social. ¿Cómo puede una persona mantenerse íntegra si su vida está fragmentada entre un lugar de trabajo alejado de su hogar, jornadas absorbentes y una remuneración que no garantiza bienestar?

En La Metropolitana trabajamos por el progreso social y cultural. Al descentralizar la fábrica y devolverla —junto con los trabajadores— a sus comunidades, fortalecemos sus lazos culturales y nos distanciamos del sistema de dominación heredado desde la colonia.

Nos concebimos como una sociedad colaborativa. La Metropolitana no es obra de una sola persona, sino el resultado de muchas energías trabajando con una misma visión. Somos una familia porque compartimos un propósito común.

Para nosotros, el diseño es una herramienta de crecimiento social y colectivo. Nuestra labor no termina en el objeto producido; también incide en la vida de quienes lo hacen posible. Un diseño que no contribuye a resolver los problemas sociales de fondo es un diseño que ha quedado atrás.

La creatividad es nuestro principal recurso y gracias a ella proyectamos soluciones en diversas escalas teniendo siempre como objetivo la construcción de estructuras materiales y sociales armónicas y congruentes.

2.

Buscamos recuperar el equilibrio con el medio ambiente desde lo humano.

¿Cómo lo hacemos? Cambiando la relación de consumo de la naturaleza.

Diagnóstico

La crisis ambiental es, hoy, el mayor desafío. No solo por el riesgo que representa para el planeta —fuente y destino de la vida—, sino porque compromete la continuidad de las sociedades, sus culturas, sus economías y su subsistencia.

El economista y ambientalista Enrique Leff la define como una crisis civilizatoria, originada por una falla fundamental: no comprendimos la naturaleza del planeta vivo del que provenimos, ni la del ser humano, ni cómo reconciliarlas. Esta falta de entendimiento ha desviado a la economía del mantenimiento de la vida, anulando la posibilidad de que sea sustentable.

Karl Marx advirtió este problema desde el siglo XIX: al convertir a la naturaleza en un recurso útil y sometido, dejamos de reconocerla como un poder vital. Según Leff, este paradigma —iniciado con el pensamiento cartesiano— fragmentó la relación entre las comunidades vivas y sus entornos ecológicos, transformando la naturaleza en recurso y mercancía.

Esta mercantilización del mundo ha desplazado la centralidad de lo humano. La lógica del mercado continúa guiando la producción, relegando al medio ambiente a una externalidad económica. La sostenibilidad, entonces, se valora solo si se traduce en ganancias.

Marx también alertó que el desarrollo industrial destruye no solo la salud de los trabajadores urbanos, sino también la fertilidad de la tierra y el vínculo entre ambos. Cada avance técnico en la agricultura capitalista, decía, es también un paso en la degradación de los recursos naturales y humanos. Esta doble destrucción se acelera en países altamente industrializados.

La tierra, que ha sido fuente de vida, energía e ingresos, también se ha vuelto un motivo de conflicto. Intereses económicos y políticos han desplazado a quienes la habitan y trabajan, creando nuevas poblaciones migrantes que, al perder su tierra, pierden también su identidad.

Abogamos por acciones que van desde lo local hacia su incidencia en lo global. Lo más nuestro, lo más local son las enseñanzas que nacen de nuestra tierra. 

El propósito fundamental de producir debe de estar conectado con el enriquecimiento social, económico y cultural de los que participan en la cadena productiva así como con el cuidado y recuperación del balance con nuestro entorno.

En nuestra cultura se integra la herencia de civilizaciones milenarias que ejercen la vida desde un lugar en donde la armonía con el medio ambiente y el establecimiento de relaciones sagradas con la naturaleza no solamente le da sentido a su existencia si no que la define. Integrados a poesías en forma de códices y leyendas dejaron nuestros antepasados un profundo conocimiento que hoy nos permite entender que en la búsqueda de la belleza está el propósito de nuestra existencia. 

Nuestras Acciones:

I. Crear bajo una ética ambiental como forma de reconectar con la naturaleza

Crear es ejercer conscientemente nuestra capacidad de transformar recursos materiales y energéticos del entorno. Como seres humanos, tenemos la posibilidad —y la responsabilidad— de crear racionalmente.

En La Metropolitana asumimos esa responsabilidad en cómo pensamos, diseñamos, fabricamos y comercializamos lo que hacemos. Vemos el diseño como una síntesis entre conocimiento y transformación, como una totalidad orgánica que permite construir una nueva racionalidad social y productiva.

Diseñamos objetos con una ética ambiental, con impacto positivo en lo social, cultural, tecnológico y ambiental. Son objetos sólidos y atemporales, pensados para no desecharse. En Europa, más de 10 millones de toneladas de mobiliario —equivalente a 216,000 barcos Titanic— terminan en basureros o incineradoras cada año. A esto nos oponemos desde nuestra práctica.

Crear con ética ambiental, como dice Leff, contribuye a construir una sociedad resiliente, donde recuperamos el mundo, la cultura, las identidades y la naturaleza. Es una voluntad activa de transformación.

Es también restablecer la unidad con el otro, con el mundo y con la naturaleza. Marx creía que en las sociedades primitivas existía una relación directa entre productor y tierra, destruida por el modelo económico actual. Restituir esa relación es parte de nuestra labor.

II. Producir bajo una racionalidad ambiental de los recursos naturales

A diferencia de otros países, en México no se consolidó una cultura de aprovechamiento simbiótico de los bosques. En La Metropolitana trabajamos por expandir esta cultura.

Nuestro modelo productivo parte de una visión circular del uso forestal, que se hace responsable del manejo, cuidado y aprovechamiento de los bosques. Esto es posible gracias a la colaboración con ejidos y entidades forestales certificadas, con quienes buscamos equilibrio ecológico y bienestar social.

Instalamos centros productivos autónomos en estas comunidades, lo que aporta al dinamismo ecológico y social de los territorios.

Al igual que las comunidades indígenas campesinas, aprendemos a convivir con los territorios, reconociendo su productividad natural, su riqueza ambiental y cultural.

Nuestra producción se basa en una racionalidad ambiental que representa una síntesis de valores y sentidos civilizatorios. Es una manera de expresar lo real como posibilidad: una forma de actualizar lo que el mundo puede llegar a ser.

3.

Trabajamos para que la producción vuelva a ser reconocida como riqueza social.

¿Cómo lo hacemos? Resignificando el trabajo manual e integrandolo al contexto social por medio de la democratización de la tecnología y la descentralización de la productividad.

Diagnóstico

La tecnología, mal entendida y aplicada, se ha convertido en el paisaje dominante de la producción mundial. Su objetivo principal ha sido la generación acelerada y expansiva de riqueza económica. Marx señaló que “el progreso incesante de la ciencia y de la tecnología dota al capital de una potencia de expansión”.

Este modelo tecnológico, basado en la ideología del crecimiento sin límites, ha derivado en una problemática ambiental y social. En lo inmediato, su impacto recae directamente sobre el trabajador, reduciendo su papel hasta eliminarlo de la ecuación productiva. Como advierte Marx, “el progreso tecnológico ha generado una sustitución progresiva del trabajo manual directo por trabajo intelectual indirecto en la producción de mercancías, hasta que llegó a desaparecer la determinación cuantitativa del valor-trabajo”.

Nuestras acciones

I. Reivindicar la producción como acto de creación que da sentido al ser humano.

Pensar y crear son actos esenciales del ser humano. La creación es la materialización del pensamiento. Marx observó que el hombre progresa resolviendo activamente los problemas generados por su propia acción. A este proceso lo llamó materialismo dialéctico, base de su crítica al modo de producción capitalista, del cual en La Metropolitana nos distanciamos.

Desde esta perspectiva, transformar el mundo no puede limitarse a la especulación teórica. Se requiere una práctica nueva, coherente y planificada.

En La Metropolitana entendemos la producción como el medio para expresar nuestros propósitos y capacidades. Producimos con la convicción de generar valor social, económico y cultural para quienes participan en nuestra cadena productiva.

Nuestra práctica se rige por una racionalidad productiva orientada a recuperar el equilibrio con el entorno. Vinculamos las tradiciones productivas con la tecnología como fuentes de posibilidad, promoviendo autonomía y democratización tecnológica y reduciendo intermediarios.

Producir, para nosotros, es el resultado de un pensamiento profundo donde las manos materializan una visión de progreso. Creamos con el ser humano y para el ser humano, porque, como decía Marx, “él se forma y encuentra su potencial creando objetos, productos. Progresa resolviendo activamente los problemas planteados por sus propias acciones”.

Las tradiciones productivas humanas son una fuente inmensa de posibilidades y por medio de la integración y optimización tecnológica podemos hacer que la calidad de lo que producimos aumente y se haga al mismo tiempo mas accesible, sustentable y rentable.

II. La tecnología como herramienta para acercarnos a lo humano

Nuestro modelo productivo se apoya en procesos de manufactura digital que integran técnicas y saberes de distintas épocas y culturas. Es un sistema compacto, eficiente y replicable, con tecnología acotada y accesible. Democratizamos la tecnología al llevarla a las comunidades, devolviendo capacidad y autonomía productiva a quienes históricamente la han perdido.

Entendemos la tecnología como una herramienta, un catalizador que asiste en tareas que no deberíamos asumir por nuestra condición sensible. Hay trabajos que no son naturales, que no corresponden al ser humano. Al incorporarla, liberamos al trabajador, permitiéndole dedicar su tiempo a actividades más significativas, tanto en el plano profesional como personal.

La tecnología que empleamos permite producir componentes con alta precisión, lo que posibilita procesos de ensamblaje eficientes y confiables. Esto habilita que la mano humana intervenga en tareas donde reside el valor simbólico: el armado, el acabado, el tejido. Procesos manuales con dimensión ancestral, profundamente humanos.

Estos oficios, facilitados por la tecnología, son también actos de reivindicación. Lijar, tejer, ensamblar requieren presencia. Son prácticas que, en su repetición silenciosa, pueden convertirse en ejercicios de introspección. Hemos visto cómo estas labores tienen el potencial de transformar vidas, de conectar a las personas con su naturaleza esencial.


Es posible recuperar la autonomía productiva de nuestras sociedades entendiendo que la democratización de la tecnología así como la reducción de la intermediarización son tareas urgentes y necesarias.

4.

Generamos cultura como resultado de lo social, de lo ambiental y de la producción

¿Cómo lo hacemos? Creando objetos trascendentes.

Contexto

Hemos construido una era en la que, al atribuir cualidades simbólicas e intangibles a los objetos que consumimos, alimentamos el sistema capitalista, profundizamos las diferencias de clase y favorecemos una sociedad banal, consumista y alienada, mediada por los objetos más que por las relaciones humanas.

Vivimos en un entorno material donde, como afirma Jean Baudrillard, “la relación ya no se vive: se abstrae y se aniquila en un objeto-signo en el que se consume.” En este contexto, la pérdida de cohesión social, el debilitamiento cultural y la falta de aceptación de la diferencia han sido reemplazados por objetos sin sentido trascendente, cargados únicamente de significados superficiales: objetos como placebo, como fetiches sociales.

Marx fue el primero en identificar este fenómeno, al que llamó fetichización de la mercancía. Lo explica señalando que, si bien el hombre transforma materiales naturales para hacerlos útiles, como cuando convierte la madera en una mesa, “tan pronto como [la mesa] emerge como mercancía, se transforma en algo que trasciende la sensualidad”.

Hoy, los objetos comienzan a regir el mundo. Según Baudrillard, los “objetos-signo” se multiplican sin fin para compensar una realidad ausente. “El consumo es incontenible porque se funda en una carencia”, y agrega: “vamos hacia un absolutismo de las formas; sólo se pide la forma, sólo se lee la forma.”

Este fenómeno se ha acelerado con la expansión del fast fashion, modelo industrial basado en la producción masiva, barata y de rápida rotación en tiendas. Este modelo, que ha causado daño ambiental, explotación laboral y deterioro ecosistémico, se está replicando en la producción de muebles y objetos para el hogar: el fast homeware.

Hoy, hacer los espacios más “instagrameables”, seguir tendencias o imitar la vida de figuras en redes sociales se vuelve accesible gracias a las mismas marcas que impulsaron el fast fashion o a cadenas de autoservicio que amplían su oferta de no comestibles. Aunque estos objetos se perciban como esenciales y su compra parezca menos cuestionable, el impacto sigue siendo significativo.

Este patrón podría revertirse si aumentamos la conciencia sobre nuestro entorno natural y material, y si aprendemos a tomar decisiones más informadas al consumir. Hay señales de cambio: un informe reciente señala que el 49% de los consumidores reconoce que las crecientes preocupaciones medioambientales han influido en su forma de adquirir mobiliario.

Estamos comprometidos con la creación de objetos trascendentes y fuentes de trabajo igual de trascendentes que se integren a la vida de quienes los producen y en ellos viven así como de quienes los usan y que con su compra permiten el dinamismo y expansión de nuestra visión.

Presente // Nuestras acciones

La creación de objetos trascendentes

Nuestra finalidad más tangible y concluyente es la creación de lo que denominamos objetos trascendentes.

Según Kant, lo trascendente se refiere a aquello que existe más allá de la mente, “detrás del velo de las apariencias”. En La Metropolitana usamos este término para referirnos a objetos que representan su origen, tienen un propósito claro, y responden con pertinencia a las necesidades de su contexto y de quienes los usan.

No creamos solo muebles. Creamos objetos que surgen de nuestra creatividad, habilidades e ideales. Objetos que funcionan de forma individual y colectiva, que impactan positivamente en la vida de quienes los producen, y que contribuyen a resolver problemáticas sociales y ambientales.

Estas creaciones articulan discursos que se traducen en acciones con sentido en los campos de la sustentabilidad, lo social, lo material y lo cultural. Son el resultado de un diálogo entre saberes, creatividad, lenguaje, pensamiento y trabajo con las manos.

El propósito fundamental de nuestra producción es generar valor social, económico y cultural para todos los que participan en la cadena productiva, y al mismo tiempo, cuidar y restaurar el equilibrio con el entorno.

Consideramos que los objetos que proponemos son relevantes porque, como señala la teoría, “no son solamente una presencia sensible momentánea o la ocasión de una actividad subjetiva; aportan un contenido objetivo y social… Cada objeto es un contenido de conciencia, un momento”.

Su significado va más allá de la funcionalidad. Como indica Baudrillard, los objetos —y especialmente los muebles— son recipientes de lo imaginario. Reflejan una visión del mundo, integran estructuras sociales y expresan un orden que remite a la naturaleza misma.


“Sueña Antonio con que la tierra que trabaja le pertenece, sueña que su sudor es pagado con justicia y verdad, sueña que hay escuela para curar la ignorancia y medicina para espantar la muerte, sueña que su casa se ilumina y su mesa se llena, sueña que su tierra es libre y que es razón de su gente gobernar y gobernarse, sueña que está en paz consigo mismo y con el mundo. Sueña que debe luchar para tener ese sueño, sueña que debe haber muerte para que haya vida. Sueña Antonio y despierta… Ahora sabe qué hacer.”— Subcomandante Insurgente Marcos

Futuro // Nuestro compromiso

En La Metropolitana imaginamos activamente un futuro deseable que busca transformar la realidad a partir de un nuevo paradigma de producción. A ese horizonte lo llamamos: nuestra utopía.

I. Imaginamos un futuro deseable

Trabajamos para construir otra realidad posible, y el mueble es nuestro caballo de Troya. El diseño se convierte en generador de oportunidades, en motor de cambio que surge de la empatía y no del interés personal, la ambición o la acumulación.

Una de nuestras acciones concretas hacia ese futuro es la intención de instalar, a gran escala y formando un ecosistema productivo, creativo y comercial, fábricas-talleres y estaciones descentralizadas de trabajo alineadas con nuestra visión.

Queremos formar parte de un movimiento que contribuya a la construcción de un futuro sustentable, fundado en los potenciales de la naturaleza y de la cultura, combatiendo —a través de nuestras creaciones— un mundo globalizado y homogeneizado, para impulsar en su lugar un mundo de diversidad y diferencia.

II. Buscamos transformar la realidad a partir de un nuevo paradigma de producción.

Nuestros esfuerzos están encaminados a generar una nueva teoría de la producción. Una producción que ya no implique enajenación de la naturaleza ni de la cultura, sino una relación simbiótica con ambas. Si lo logramos, podría originarse un movimiento social que surja desde una nueva forma de entender el diseño y su práctica.

Ese nuevo paradigma se inscribe en el proceso de construcción de una racionalidad ambiental.Al centro de esta transformación está quien trabaja en La Metropolitana. Defendemos una labor en la que el trabajador esté en el centro de la ecuación: con el poder de controlar el objeto que produce, con la posibilidad de ejercer un oficio que le permita vivir dignamente, y con la libertad de elegir su vocación y sus ideales. Con estas facultades, la transformación será inminente.

Somos la suma del esfuerzo colectivo y nuestras diferencias constituyen nuestra mayor riqueza.